Cada uno tiene sus rutinas para empezar un nuevo día. Hay quién va directamente a la ducha para despertarse con el agradable aroma del champú, otros prefieren comenzar la mañana poniendo algo en el estómago e, incluso, algunos se levantan de un brinco, se calzan y salen a correr bajo los primeros rayos de sol.
Sea cual sea tu hábito, lo más probable es que uno de los primeros objetos del día que tomes en tus manos sea un packaging, ya sea la pasta de dientes, el tarro del café, la caja de galletas o el desodorante.
Y es que el packaging es el soporte en el que la marca realmente penetra en nuestras vidas cada día. Nos rodea, nos toca, se acerca y se aleja de nosotros. Nos indica dónde está aquello que queremos y nos da la confianza de saber que aquello que comeremos es de buena calidad. Es la marca con volumen y textura, con sabor y olor. Se puede palpar, coger, oler, jugar con él o incluso meterse en la boca.
El packaging es un elemento de comunicación vital para una marca de producto. En muy poco espacio tiene que conseguir enamorarnos a primera vista en el punto de venta y generar amor a través de la convivencia. Debe ser nuestro compañero fiel, aquél que te alegra ver cada día y sin el cuál nada es lo mismo. Aquél en el que confías y te divierte, aquél que te enseña cosas, el que te cuida, el que está a tu lado.
En definitiva, es importante que el packaging aproveche esta posición privilegiada para trasladar el universo de la marca en el mundo del consumidor y conseguir que ambos se unan en una experiencia única y personal. Es la mejor forma de una marca de generar una brand experience sin tener que esperar que sea el consumidor quien tome la iniciativa.
Pero la pregunta es: ¿Cómo construir esta experiencia de marca a través del packaging?